martes, 23 de octubre de 2007

¿HACIA DONDE VAMOS?

En poco tiempo volveremos a las urnas. Una vez más habrá que decidir quién nos representará. Algunos lo harán con expectativas, otros con cierto escepticismo. Pero la pregunta es: ¿Gane quien gane, se van a resolver nuestros problemas?

El diálogo y trabajo con la gente nos permite periódicamente no perder el hilo con la realidad, y en ocasiones hasta podemos anticiparnos un poco, a las ideas y estados de ánimo social y comunitario. Hace unos días se planteó en nuestro programa de radio “De Boca en Boca”, una consigna para tratar con nuestros amigos o conocidos que preguntaba: “¿qué aporte harías para cambiar la realidad?” Reflexionando acerca de las respuestas que nos fueron dando, surgió la de una chica de diecisiete años, amiga de Matías (estudiante de periodismo que trabaja con nosotros), que contestó: “me aportaría yo”. ¡Es la mejor respuesta que hemos escuchado en años.!
Dispersos en muchas actividades, en espacios urbanos y humanos, tenemos la tendencia a disociar instrumentalmente nuestra persona de acuerdo a cada circunstancia donde percibimos que “tenemos poco tiempo”. Damos “un poquito” de lo que podemos en cada lugar y a cada cual. Cada hecho suma al granito de arena que brindamos, pero generalmente es exterior a nosotros. Desprendemos una parte de lo que somos en cada oportunidad, donde a veces hasta parece que especulamos un poco con una supuesta carga/descarga de energías con la idea de no desgastarnos. ¿Pero qué pasa cuando una persona se entrega? Cuando se ofrece ella misma en su totalidad, sin interior, ni exterior, sin especulaciones, para transformar las cosas.
Cada vez que votamos depositamos la responsabilidad del país en un conjunto de personas que en su mayoría no conocemos, salvo los candidatos más importantes, y en principio por un período determinado de tiempo. Si hace bien o mal las cosas, Dios y la Patria se lo demandarán, y nos quedamos un poco tranquilos, por lo menos por un tiempo hasta ver qué pasa. Después viene lo que todos conocemos. Una aplanadora de situaciones que nos desaniman, porque los problemas no se resuelven y lo único que terminamos deseando es que no nos pase nada y que tengamos la bendición de llevar el pan a nuestro hogar. Si eso se cumple, mantenemos un mínimo grado de esperanza de que algo puede cambiar.
Pero nada cambia en el fondo, quizás alguna política económica, un poquito más de seguridad, un poquito más de tranquilidad. Aún pensando lo mejor, no podemos esperar que uno, dos o los gobiernos que sean y de la orientación que fuere, salidos del acto formal de las urnas cambien en su gestión la profunda crisis moral, de identidad y de integridad en la que estamos insertos. Ni hablar si pensamos lo peor.
Porque el sistema de representación estalla cuando la realidad nos impone darnos nosotros mismos. Porque en última instancia somos los primeros responsables de los que nos pasa y ningún “representante” sale de un repollo. Esta ahí porque de una u otra manera nosotros autorizamos a que ocupe ese lugar. A ellos “Dios y la Patria” habrán de demandarlos. ¿Y si Dios y la Patria nos demandaran a nosotros? ¿Qué contestamos?
Dios y la Patria no son abstractos, tal vez para algunos de nuestros representantes que se salen con la suya, tenemos una larga lista, no es así? Dios y la Patria están en el rostro de los que nos antecedieron, de los que han de venir, de cada uno de los que están a nuestro lado. En el rostro de cada amigo, de cada hermano. Están, si queremos, en nuestro corazón.
¿Estará nuestra clase dirigente descorazonada? Eso no es lo que importa. Lo que importa es, si nosotros tenemos corazón. Porque estamos en tiempos de conmoción, más allá de a quién elijamos por cuatro años.
El día que contestemos con nuestros actos, con nuestro ejemplo permanente, sin límites como lo han hecho las generaciones anteriores y como contestó esa joven de diecisiete años, entregándonos en nuestra totalidad, quizás finalmente descubramos que una Revolución Moral en Paz es posible.

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