lunes, 1 de diciembre de 2008

CINCO PARA EL PESO

Todos sabemos que significa esta frase como para hacerle un amplio “copete” o “bajada”. Mejor vayamos a la reflexión.


Hace décadas ya, quizás más de medio siglo, que venimos escuchando la sanata de que tenemos un país y un pueblo lleno de potencialidades pero que nunca llega a la meta. Siempre falta algo. Pareciera como si fuerzas misteriosas se organizaran de tal manera de arrebatarnos el éxito certero, el triunfo inexorable, la felicidad insoslayable. Pero eso nunca llega, siempre nos faltan “cinco para el peso”. Así es que pasamos de la euforia incontenible a la desilusión aún más incontenible que sólo encuentra sus límites en auto - justificaciones, en el fatalismo y en el peor de los casos en los cruces de culpas puntuales que deslindan responsabilidades pero que no resuelven ningún problema. Resultamos ser implacables, como corresponde, con los artífices de las derrotas, conformándonos con ver rodar sus cabezas en la mediática plaza pública, desoyendo las campanas que también doblan por nosotros mismos.
Es sabido que el juego o la actividad lúdica es un aspecto que caracteriza a una entidad cultural, en este caso una nación. Tan sólo en el 2008, en dos deportes, el fútbol y el tenis, supuestamente teníamos todo, pero se nos fue de las manos. Lo más reciente, la Copa Davis de tenis, donde lo que más se discutió públicamente en la previa, fue la sede, las entradas, las ganancias. De todo, menos de tenis.
En la política, que de todos los quehaceres es el más ligado al ser nacional, quedamos enroscados en una disputa sobre la distribución de las ganancias que daban e iban a dar los productos agropecuarios, la soja principalmente, para encontrarnos un par de meses después con que el milagroso “yuyo”, junto con el resto de las materias primas, está bajando de precio en la peor crisis económica internacional desde 1929. Los fracasos de cada generación dirigencial se justifican anticipadamente con la supuesta herencia maldita de la generación anterior, vanagloriándose de no tener la paja en el ojo que tenía aquélla y a simple vista observamos la viga que tienen en el ojo propio.
Hasta en la vida cotidiana siempre queda algo sin terminar. Las cosas se hacen a un cuarto, a medias o a tres cuartos, pero nunca quedan terminadas. En el mejor de los casos se tarda y se gasta el cuádruple de lo que se tenía previsto. Basta recorrer las calles para observarlo. Poco a poco nos vamos acostumbrando a convivir con lo que solía llamarse un “país bananero”.
Cuando todas las condiciones están dadas para el cumplimiento de los objetivos o metas y éstas no se alcanzan lo que se suele decir, -no se está a la altura de las circunstancias-.
Hay quienes creen que Dios es argentino, porque a pesar de nosotros mismos, nos sigue favoreciendo. Pero el destino es cruel con quienes no saben reconocerlo. La historia nos habla hasta el hartazgo de naciones “enanas” que han desaparecido. Tenemos la suerte de que aún podemos vivir de la altura moral de quienes hasta poco más de la mitad del Siglo XX se hicieron cargo de la herencia de nuestros padres de la Independencia.
Tal vez debamos desempolvar algunos libros, o dialogar con la generación viva más antigua para saber, comprender y asumir que no siempre fuimos así. Que quizás no somos así, que en el trasfondo de todo lo que nos sucede hay una lucha que busca encontrarse con lo que fuimos, con lo mejor de lo que somos y con lo que debemos hacer. Una lucha por el reencuentro con nuestra auténtica cultura, con nuestra verdadera altura.
Creemos que en nuestro país aún hay una “mayoría fiel” abriéndose paso. Quizás un tanto dispersa, como pequeños arroyos hasta reencontrar aquél cauce común que desemboque, una vez más, en el torrente de la historia.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal